El minuto de espera es corto,
pero se ensancha en su llamada,
en la llamada de llegar, y no estar
de querer soplar el hueco de un viento pasajero,
que se envuelve con el mismo nombre.
Y la espera es profecía
y cuando busco el hacer en aquellas escaleras, hoy más estrechas y pesadas
absorbiendo toda clase de argumentos,
fijándose en el objetivo de la espera,
mientras la semana vuelve a su propio cauce,
el sonido de unas cucharas y unos pocos platos, la cuenta se acerca,
diciendo que debo pagar,
pagar el precio de la espera en la llamada de llegar, y aún,
no tener que estar.